25 noviembre, 2024
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Sigrid Nunez: “Perdimos el lenguaje que usábamos para escuchar a los demás y ayudarlos”

La escritoria Sigrid Núñez.

Con la excusa de contar la historia de una mujer que visita a una vieja amiga que padece un cáncer terminal y le pide que la ayude a poner fin a su agonía, la autora norteamericana Sigrid Nunez (Nueva York, 1951) asume en “Cuál es tu tormento” el desafío de narrar con un registro íntimo y cargado de humor ácido las reflexiones y sensaciones de quien se asoma a la muerte como testigo: “Me sedujo balancear el asunto con un humor luminoso”.

En “El amigo”, la novela sobre la insospechada amistad entre una escritora solitaria y un perro que la llevó a ganar el prestigioso National Book Award en 2018, Nunez ya había jugado a confundir la ficción con lo autobiográfico. En “Cuál es tu tormento” (Anagrama, 2021) renueva los votos y le propone al lector un pacto de lectura similar: la narradora cuenta y su hacer consiste en acompañar y escuchar a su amiga con una atención lúcida, lejos de la compasión más abyecta.

El libro debe su título a una interpelación casi ontológica de la filósofa francesa Simone Weil. La frase abre la novela: “La plenitud del amor al prójimo estriba simplemente en ser capaz de preguntar: ¿Cuál es tu tormento”.

Desde el living de su departamento en Nueva York, la escritora dialogó con Télam por Zoom. Preocupada por lo que entiende como una “guerra fría civil” que afecta a los ciudadanos de Estados Unidos, Nunez advierte sobre los riesgos de, en los momentos difíciles, profesionalizar la escucha y el acompañamiento: “La empatía es algo natural en el ser humano, pero pareciera ser que en los últimos años creamos una suerte de resistencia para escuchar y cuidar de los otros. Hay toda una profesionalización del cuidado que nos aleja de escuchar a los otros y de atender a sus tormentos”.

Télam: ¿Por qué decidió en “Cuál es tu tormento” abordar un tema como la muerte con humor cáustico?”

Sigrid Nunez: En verdad, no fue un plan. Tenía una historia que quería contar y al empezar a hacerlo surgió de forma natural. No tenía una idea previa sobre esto. Hay una sensibilidad y una forma de mirar las cosas que llevo conmigo que se trasladó al texto.

T.: ¿Y fue más fácil abordarlo desde ese punto de vista?

S.N.: Debo decir que soy una persona a la que no le resulta difícil o esquivo tratar temas como la muerte porque es algo sobre lo que pienso y tengo ideas. Pero es cierto que hubiera sido muy pesado y tedioso que los lectores tuvieran que leerme decir que la muerte es algo malo y complicado. Me sedujo balancear el asunto con un humor luminoso. En la vida diaria es muy habitual que la muerte y la enfermedad se lleven desde el humor, es un recurso que usan muchas personas para poder lidiar con eso. La pandemia es un gran ejemplo de esto. En marzo de 2020 cuando recién surgió esto aparecieron chistes y memes en Facebook, Instagram o que se viralizaron por WhatsApp y a mí me resultaba encantador porque había una circulación muy ingeniosa en un momento muy complejo. No sabíamos qué iba a pasar, había miles de muertos y mientras tanto tratábamos de ser graciosos.

T: Creo que algunos de los lectores de sus novelas se confunden cuando consideran que son parte de la corriente de la autoficción. ¿Es así?

S.N.: Exacto, no es autoficción aún cuando es un género que a mí me gusta mucho leer. Sigo a Karl Ove Knausgård, a Annie Ernaux, a Sheila Heti y a Ben Lerner. Y hay uno que todo el mundo olvida: ¡Proust también escribía autoficción! Pero en la autoficción, el narrador se identifica absolutamente con el autor entonces por más que se modifiquen cuestiones el lector confía en que lo que pasa en el libro es algo que le tocó vivir al autor. Pero no es exactamente algo que yo haga. Por ejemplo, no tengo en mi vida alguien que me haya pedido que lo acompañe hasta la muerte. Entiendo que hay cosas que confunden al lector: la narradora tiene mi edad, es profesora como yo y se comporta de una forma que crea verosimilitud. Y eso ocurre porque la sensibilidad de la narradora sí es la mía. Cuando la narradora hace una pausa y habla sobre el mundo, sobre una película o sobre cuestiones de la vida cotidiana ahí sí soy yo. Entonces, no es autoficción pero hay un componente que confunde.

T: La voz de la narradora es preponderante. ¿Apareció primero o la historia surgió antes?

S.N.: Al elegir unos personajes no queda más que abrazar su personalidad y su sensibilidad y avanzar en la acción con ellos. Cuando escribí “El amigo” hice treinta páginas sin saber que después iba a aparecer un perro. Hay muchas cuestiones centrales que aparecen mientras estoy trabajando y sigo ese influjo, la historia me lleva.

T: Y confía en el proceso.

S.N.: Sí, y creo que confío porque ha funcionado. Me obliga a tener mi imaginación funcionando y, en el fondo, sé que es por eso que me he hecho escritora. No me interesa contarle mi vida a nadie y esta forma de escribir ha sido mi guía.

T: La novela da cuenta en qué medida la amistad puede ser una fórmula que nos acompañe toda la vida. ¿Las nuevas formas de conectarnos, mucho más mediatizadas por las redes y lo virtual, harán que esto cambie?

S.N.: La empatía es algo natural en el ser humano, pero pareciera ser que en los últimos años creamos una suerte de resistencia para escuchar y cuidar de los otros. Hay toda una profesionalización del cuidado que nos aleja de escuchar a los otros y de atender a sus tormentos. Los consejos son: andá a un grupo, andá al psicólogo, andá al médico, consultá a un especialista. Entonces la gente siente que si habla de sus problemas pasa un límite. Hemos perdido el lenguaje que usábamos para escuchar a los demás y ayudarlos. Queremos distraerlos, les ofrecemos fórmulas y clichés: vas a estar bien, vas a salir adelante tras la separación, ya vas a conseguir otro trabajo, tendrás otro bebé si se te murió un hijo, nada malo va a pasar. Cuando alguien pide que se lo escuche, no pide una solución, solo desea compañía.

T: La narradora de la novela sí escucha. ¿Es ese el don de su amistad?

S.N.: Sí, pero creo que tiene que ver con otra cosa. Ser escritora y contar historias de otros genera cierta fascinación por escuchar la vida y los sentimientos de otras personas. ¡Es material disponible para la ficción! Hay mucho prejuicio en una cuestión muy básica como escuchar los sentimientos y los problemas de los otros, nos resulta más fácil hablar de política o de la película que vimos anoche.

T: Y si tuviera que responder a la pregunta de Simone Weil que inspiró el título del libro ¿Cuál es su tormento?

S.N.: Siento mucha ansiedad y preocupación por el futuro. La situación política en Estados Unidos es agobiante: las elecciones, la cantidad ridícula de personas armadas y esta suerte de “guerra fría civil” hacen que sea muy difícil imaginar el futuro. Y por otro lado, la crisis climática comienza a ser parte de la realidad y a eso se ha sumado la pandemia. También creo que me afecta algo que le sucede a gente de mi edad: no me obsesiona mi muerte, pero sí me preocupa la de mis amigos, toda esa gente que me va a dejar a mí antes de que me vaya. Recuerdo una vez que Philip Roth dijo: “No puedo volver a ver otra fosa en el suelo”. Y sí, claro, años después lo entiendo.

T: Trabaja como docente de escritura y de literatura en la universidad desde hace años ¿Cómo lidia con la cultura de la cancelación que ha llegado a las clases y las currículas?

S.N.: Pasan cosas muy extrañas en las aulas en las que se estudia literatura. Estudiantes que no quieren leer, que son refractarios a los clásicos y solo quieren acercarse a autores que se les parezcan. Es cierto que nosotros, como americanos, siempre nos caracterizamos por leer solo en inglés, pero en el ámbito universitario solía ser habitual que todos aprendiéramos un segundo idioma que nos abría las fronteras de lo que conocíamos. Y ahora eso ya no pasa. Por otro lado, ya nadie lee poesía y hasta el New York Review of Books ha dejado de hacer crítica de poesía. También veo jóvenes que leen del celular y crecen sin amor por el objeto libro y por supuesto que se puede leer así pero es obvio que es una experiencia absolutamente diferente. A veces me dicen que no quieren ver más autores hombres y blancos como si la lectura fuera únicamente un acto de reafirmación identitaria. La confusión entre la vida privada del autor y la obra nos va a llevar a lugares nefastos. ¿Qué hacemos con Picasso? ¿Vamos a prescindir de su obra porque no nos cae bien cómo llevó su vida?

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