22 noviembre, 2024
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Sueños, intimidades, amores y memorias de Ana María Martínez Sagi

Antes de morir, Ana María Martínez Sagi (1907-2000) le pidió a Juan Manuel de Prada que no editara su obra hasta pasados veinte años de su muerte. Más que pudor era un deseo: que la leyeran las generaciones futuras, no las presentes, a las que miraba con sospecha. Esa petición se convirtió en una promesa y después, claro, en un hecho. En 2019 el escritor publicó en la Colección Obra Fundamental de la Fundación Banco Santander una antología que recogía sus mejores versos y sus trabajos periodísticos (‘La voz sola’), y ahora ha seguido su empeño con un nuevo volumen en el que recoge dos libros inéditos de esta mujer inabarcable, ‘Donde viven las almas’ y ‘Andanzas de la memoria’. Entre medias, por cierto, el también columnista de ABC se doctoró con una tesis dedicada a Martínez Sagi y levantó una monumental biografía de mil setecientas páginas, ‘El derecho a soñar’ (Espasa), que venía a completar el puzle de un personaje que ya había retratado en ‘Las esquinas del aire’. «Mi nombre estará ligado al de ella siempre. Ya me puedo morir tranquilo», bromea.

Martínez Sagi tuvo una vida agitada como pocas, y en muy diversos ámbitos que van desde el deporte al periodismo pasando por la literatura y el anarquismo. En 1931 se coronó como campeona de Cataluña de jabalina, y en 1934 se convirtió en la primera mujer en dirigir un club de fútbol (el Barcelona). Que se sepa, fue la única mujer española que ejerció como fotógrafa en el frente durante la Guerra Civil, por no mencionar su labor como articulista comprometida. «Es una vida inverosímil de tan atractiva que es. Pero es que además su obra es muy valiosa, es una gran poeta. Algunos de sus poemas están a la altura de los mejores poemas de esos años», asevera De Prada. Ese talento, insiste, brilla con luz propia en ‘Donde viven las almas’, una suerte de diario lírico que, además, esconde una historia de amor bella y trágica.

Idilio en Mallorca

Ocurrió en Mallorca durante la primavera de 1932. Ella estaba en un buen año, acababa de publicar el poemario ‘Inquietud’, y hacía tiempo que conocía a la también escritora Elisabeth Mulder. Se fueron juntas a la isla, al hotel Miramar, en el Puerto de Alcudia, que tenía una vista perfecta a la bahía de pescadores, una estampa Martínez Sagi nunca olvidó. Allí dieron rienda suelta a su pasión. «Cuando muera la raíz de la vida y se extinga bajo tierra el eco de las voces, cuando mares y continentes desaparezcan en la nada, perdurarán en mi memoria el más leve de tus gestos, la más insignificante de tus palabras», escribe ella al principio, en un texto que luego se reveló como profético: aunque su relación se rompió más pronto que tarde, prácticamente toda su poesía posterior bebía de aquellos días, de aquella isla, de aquellas noches. «Las huellas que dejo, las lágrimas que vierto, los versos que escribo no son míos: son tuyos, única y exclusivamente tuyos». Tuvo otros amores, sí, pero no los cantó tanto.

Su prosa está cargada de un erotismo que a veces roza la mística y otras el cuerpo. «Te abrigo con mis brazos, acaricio tu cuerpo estremecido; y beso dulcemente, despacio, tu boca, tus ojos, tus cabellos. Te beso, más y más, hasta verte temblar de amor y deseo». Y también: «Obra tuya soy: porque descubrí en tus brazos la vida y mi luz verdadera». Ella nunca pensó en publicar ‘Donde viven las almas’, aunque sí lo corrigió con esmero: el manuscrito lo escribió entre 1932 y 1935, y luego volvió a ese cuaderno en los años setenta. «Es un tratamiento preciosismo del lenguaje, tributario del modernismo», apunta De Prada, que recuerda que en ‘Donde viven las almas’ encontramos el germen de algunos poemas que luego recuperará y pulirá en ‘La voz sola’.

‘Andanzas de la memoria’ es otra cosa. Para empezar, es un título que sí intentó publicar en vida: se lo entregó a Josep Maria Castellet, entonces director literario de Ediciones Península y Edicions 62, aunque este lo rechazó por considerar que su modo de narrar había quedado «desfasado». El libro está construido como un conjunto de viñetas autobiográficas, que van desde su infancia (la memoria siempre nos arrastra al mismo sitio, al mismo tiempo) a sus viajes por Europa y su experiencia como profesora en la Universidad de Illinois, donde entró mintiendo, pues ella había abandonado la educación reglada a los catorce años. Es, sin embargo, un relato edulcorado, luminoso, que esquiva cualquier mención a los años tempestuosos que vivió en el frente, también a las penurias de su marcha de España en 1939 y a las de sus primeros años de exilio en la Francia ocupada. No hay, tampoco, referencias a sus tribulaciones sentimentales. Lo explica ella misma en el prólogo: «Vámonos juntos, lector, por caminos claros y dispersos, donde el Recuerdo va resucitando sus evocaciones soleadas. Vayamos también por aquellos intrincados laberintos en los que sólo fantasmas y sombras de sombras se adivinan».

«Su vida es un emblema del siglo XX, un ejemplo de que cuando te mojas de verdad es imposible tener una vida impoluta», afirma De Prada. De ‘Andanzas de la memoria’ destaca sus juicios sobre la sociedad estadounidense, que admiraba tanto como le preocupaba. Criticaba la deriva de la universidad, que ya estaba dejando de lado el conocimiento en favor de las emociones, y también a los padres que mimaban a sus hijos, pues en estos veía una gran crisis por venir. «Fue profética», apostilla el novelista.

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