The Walking Conurban, el proyecto que lleva compiladas más de 4.000 instantáneas del Gran Buenos Aires tomadas por algunos de los más de 410 mil seguidores que tiene en Instagram y Twitter, cobra forma física con una muestra en Morón que recupera su génesis, cuando los cuatro amigos de Berazategui que decidieron subir esas primeras fotos, tomadas en forma fortuita, no imaginaban que sería el comienzo de un mosaico, documental y poético, de esa geografía anárquica y desigual, extraña y difícil de condensar que, con 11 millones de habitantes, es el conurbano bonaerense.
La apuesta física, del proyecto que se volvió enorme, tiene el sello y el valor, además, de la documentación pre-pandémica. En aquel momento, cuando el Covid no era ni una distopía concebible, sus autores -Diego Flores, Ariel Palmiero, Guillermo Galeano y Ángel Lucarini- salían por el conurbano, más que nada, a buscar lugares vinculados a una iconografía del abandono y de los contrastes. Lo que se ve en Morón es lo mismo que pensaron que expondrían en 2019, cuando el primer decreto sanitario de aislamiento desarmó todo lo planeado.
Esta muestra, que ya se vio en el sur y el oeste bonaerense, se exhibe ahora, y hasta el 20 junio, en el Espacio Municipal de Artes Visuales de Morón (Torres 618) y toma un título nuevo en cada lugar adonde se monta, partiendo de la síntesis, siempre, que el proyecto presenta en sus redes sociales: “Fotografía y videografía. Un paraíso post-apocalíptico a minutos del obelisco”.
Son 15 fotos las que hoy se exponen. “En el primer periodo de The Walking Conurban salíamos más que nada a buscar lugares abandonados que fueran icónicos -cuenta a Télam Flores-, sean fábricas cerradas en Avellaneda, la Usina Hidráulica de Ensenada o el Palacio Piria, y también fotografías de contrastes”.
“En el conurbano y ciertas periferias hay una condensación de elementos que en otros imaginarios deberían estar separados, como alguien que junta cartones junto a un auto de alta gama o una casa carísima al lado de otra a punto de demolerse”, indica Flores. O la réplica de la Estatua de la Libertad, acá de antorcha caída, que coronaba el boliche bailable Daytona en Quilmes, ganadora del concurso de las 8 maravillas del conurbano que votaron hace nueve mese los usuarios.
“La idea no es romantizar espacios que tienen su problemática -explica- pero hay una búsqueda de la belleza de lo cotidiano que no se tiene en cuenta en los discursos hegemónicos sobre este territorio. Eso de que el punto de vista crea el objeto. Es una frase choreada de Saussure pero es eso”.
El Camino de Sirga al lado del Riachuelo, un atardecer en la estación de Berazategui frente a la ex Rigolleau, fábrica que le dio a la localidad el nombre de la capital nacional del vidrio y que “además da cuenta del crecimiento del conurbano, fue la empresa que en su momento proveyó las botellas a Quilmes”, señala Flores.
Ninguno de los que iniciaron este proyecto es fotógrafo, pero la misma red anárquica que teje la cartografía estética y social del conurbano teje la forma de abordar el proyecto. En esas miradas se cruzan sus backgrounds de amigos desde la secundaria, en los 90-2000, sus saberes laborales de administrativos, programadores y martilleros públicos, y sus incursiones universitarias en diseño, derecho, sociología, ciencias sociales y ciencias de la comunicación.
Una coyuntura que se permite la risa y también mirar en profundidad los márgenes que propone un centro hegemónico que no le hace justicia a esa complejidad superpoblada y potente, sentenciada y a la vez emancipada en su autodeterminación: la de un muñeco tapando un bache; un Spiderman esperando el tren eléctrico, en una estación de servicio, cargando un cajón de cervezas; tanques de agua mitológicos, en forma de barco, de dado, de elefante, de canasta. La pava Goliat y el Tanque de Troya, parte de las legendarias 8 maravillas.
Fue el escritor, guionista, productor y director de radio, teatro, cine y TV Pedro Saborido quien se contactó con el grupo cuando publicó su libro “Un historia del conurbano”, en 2020, donde los nombra, y con quien luego comenzaron a dar charlas esporádicas sobre la cuestión ‘conurbanera’. La próxima, el 11 de junio a las 17, en el Espacio Cultural y Comunitario Paracone, en Rawson y Constituyentes, Morón Norte.
-Télam: Esto que hacen los Walking Conurban -hoy el 90 por ciento del contenido es aportado por seguidores- parece una forma más de habitar una geografía, una forma amorosa. ¿Qué hace que sin ser fotógrafo ninguno quiera fotografiar el territorio donde se vive y, además, potenciarlo en una red?
-Diego Flores: El inicio de la cuenta tuvo que ver con una cuestión totalmente lúdica y de encontrarnos con sitios que nos parecían disruptivos, con jugar con la idea de cierto horizonte apocalíptico, pensado desde la ciencia ficción en charlas de sobremesa que se extienden hablando de pavadas y demás. Las fotos nos las pasábamos por Whatsapp y mail, y uno de los chicos dijo voy a hacer un Instagram que sirva de backup para que esto no se pierda, porque se nos volvía irrastreable el trabajo que veníamos haciendo, necesitábamos un laburo de archivo. Eso hizo que se empezaran a colgar ahí las fotos.
-T: El vínculo con ese territorio fue cambiando, se ve en Instagram y en Twitter.
-D.F: Y nuestra perspectiva y nuestra mirada sobre el conurbano también se fue modificando, complejizando. Uno tiene una idea del conurbano bonaerense bastante acotada y lograr registros fotográficos de muchos lugares hace que la perspectiva se amplíe. Obviamente, también después leyendo sobre las condiciones en las que esos territorios surgieron, cuáles fueron las hendiduras que generaron los procesos históricos, económicos y los proyectos de país sobre el territorio. Eso nos hizo tener una idea mucho más acabada.
-T: ¿Ven algo de la estética punk, grunge, de rock de garaje de los 90-2000, de su educación sentimental, que hoy se replique en pintadas como “bailando cumbia se amanece”, por ejemplo?
-D.F: Tenemos consumos culturales bastante variados, hay pastiche cultural que se imprime en la cuenta que es bastante interesante. Uno es producto también de las condiciones sociales en las que surge y los 90 fueron una década que hicieron mella en nuestras subjetividades, desde el punk, desde el grunge, desde Dos minutos y ese Valentín Alsina tan ‘lijoso’ y sobre todo en los efectos de desindustrialización y en la tercerización de los trabajadores, que hizo que muchas de las geografías y las prácticas del conurbano se empezaran a modificar. Hay una conjunción de situaciones que marcaron la forma de ver al mundo que es amplísima, desde Todos tus muertos hasta La guerra de los colores, Green, Blue y Contagio, hasta la latinización de lo que consumimos en la TV. Hay un cruce interesante para leernos hacia adentro.
-T: ¿Sirve este sitio como respuesta a alguna representación del conurbano?
D.F: Cualquier imagen, cualquier recorte de la realidad es injusto y parcial y no va a tener una idea de representación cabal de lo que es el conurbano, que puede ser una casa de un country, un palacio abandonado, un chalet americano o una casilla. Todo eso nuclea al conurbano, es imposible condensarlo en una imagen. Lo primero que fotografiamos, por ejemplo, tuvo que ver con un garaje abandonado medio consumido por la naturaleza que se metía en el diseño del hombre, algo muy distinto a lo de hoy en día, que está mucho más vinculado a situaciones cotidianas.
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