Tras varias décadas de presencia acaso velada en la literatura local, en los últimos tiempos más de 10 libros de cuentos y novelas publicados en la Argentina dan cuenta de la centralidad cada vez más explícita de la figura del zombi: títulos como “Ultra Tumba” de Leonardo Oyola, “El viento de la pampa los vio” de Juan Pisano o “Berazachussetts”, de Leandro Avalos Blacha, entre tantos otros, retoman esta figura mítica y popular con diversos usos que van desde representar la violencia estatal, articular críticas al capitalismo o narrar historias de exclusión.
En los últimos cincuenta años, el zombi ha tenido diversos usos artísticos y culturales que oscilan desde películas de George Romero hasta la música de The Cranberries, siguiendo por la literatura universalmente reconocida de Max Brooks y los comics en golosinas para niños y niñas. Y si bien es posible identificar su nacimiento en los rituales para volver a la vida a los muertos y el vudú, el origen se disuelve (y acaso pierde la importancia) ante los múltiples sentidos que ha tenido en la cultura occidental.
De la mano de una tradición audiovisual que va también de films como “El regreso de los muertos vivos” y “Guerra mundial Z” a la serie “The Walking Dead” o la saga basada en el videojuego homónimo “Resident Evil”, el significante activa variantes muy diversas en el imaginario global ¿Cuáles son los sentidos y representaciones singulares que estas criaturas pálidas y tambaleantes encarnan en la cultura argentina?
Con matices, casi todas las representaciones remiten a un ser que camina lento, se balancea, tiene los ojos perdidos, mastica carne humana y no piensa. Como la oveja negra entre las mejores familias, se configura como la representación menos respetada de las imágenes clásicas del terror como el vampiro, el fantasma y el hombre lobo.
El interés que evidencia el campo literario por el brote zombi en títulos recientes como los mencionados de Oyola y Pisano, “Los muertos del Riachuelo” de Domínguez Nimo, “Argentina zombie” de Luciano Saracino o “Vienen bajando”, la primera antología argentina de cuentos zombies, revela su carácter proteico y un enorme poder simbólico: la figura se vuelve punto de partida para narrar historias de narcos, de explotación, de exclusión, de rebeliones sociales e incluso de pandemias.
“Al ir acumulando usos diversos, el término zombi se carga de significados que amplían sus territorios. Eso lo vuelve menos homogéneo y más difícil de categorizar. El significante zombi flota así entre formaciones culturales diversas e incluso contradictorias. Puede funcionar tanto para una posición de disenso, como para reafirmar cierta posición hegemónica; para movilizar la risa o la ternura, criticar el capitalismo o plantear la destrucción de la vida tal como la conocemos”, explica Juan Pisano, escritor y estudioso del género, autor de “El último Falcon sobre la Tierra” y “El viento de la pampa los vio”, su más reciente novela en la que plantea una noción radical de la otredad a partir de una invasión zombi que se anticipa con rasgos similares a los de la actual pandemia.
La globalización de la figura del zombi y sus posibilidades en series, cine, diseños, videojuegos y literatura instala la necesidad de una lectura abierta a distintas perspectivas, que se torna mainstream en Argentina y en el mundo con la llegada de “The Walking Dead” a la pantalla grande.
“Podemos hacer una doble lectura de la figura del zombi. Por un lado remite a la dominación y al control estatal y político. Pero también lo vemos en historias en las que un factor disruptivo provoca un cambio en el tejido social. Un virus, por ejemplo, que irrumpe en la comunidad transformando, en términos de biopolítica, la vida protegida en desechable”, explica Sandra Gasparini, doctora en Letras de la UBA y especialista en literatura zombi.
“Todo zombi es político: el de impronta caribeña y el perfilado en las películas de Georges Romero. La plaga zombi es, en la literatura contemporánea argentina, eminentemente política. Especialmente por su discusión con las decisiones biopolíticas negativas de un referente histórico (hoy caracterizado por el ecocidio, la exclusión social, la persecución política y la alienación) a los que, con mayor o menor ironía, está interpelando”, apunta la investigadora.
Literatura zombi: los recomendados
Un listado con recomendados del género zombi y algunas perlas de los géneros horror, gótico y terror.
• “Ultra Tumba” (2020), de Leonardo Oyola. Penguin Random House. Una relación de amor entre dos mujeres en una cárcel donde estalla un motín, que deriva en una invasión zombi.
• “El viento de la pampa los vio” (2021), de Juan Pisano. Baltasara Editora. Una familia que se va de vacaciones del sur es sorprendida por una peste que se transforma en una invasión zombi.
• “Los muertos del Riachuelo” (2018), de Hernán Domínguez Nimo. Interzona. En la frontera de Buenos Aires, las aguas negras y aceitosas del Riachuelo esconden muertos. Cada muerto es una historia, una deuda, una injusticia impune. Una novela que horroriza y hacer reír a la vez.
• “El gran despertar” (2021), de Julia Armfield, Editorial Sigilo. Nueve cuentos que protagonizan niñas, adolescentes y jóvenes -terribles, entrañables- que aceptan la transformación y lo monstruoso con la misma naturalidad con que experimentan el amor, la soledad, la maternidad o el deseo.
• “Berazachussetts” (2007), de Leandro Avalos Blacha. Editorial Entropía. Inaugura la parodia del género y plantea un escenario postapocalíptico en el que los monstruos son los humanos y los zombis llevan la bandera del cambio y la revolución.
• “Volveré y seré millones” (2013), de Matías Pailos. Pirani Ediciones. Una novela de “zombis peronistas”, de prosa ágil y ligera, emplazada en la época en que murió el expresidente Néstor Kirchner.
• “Ni yanquis ni marxistas: zombis peronistas” (2013), de Sebastián Pandolfelli. Cuento. Una materialización de la metáfora del muerto-vivo, de lo enterrado que emerge, bajo una lectura político humorística en la que, para vivir, los humanos niegan su pasado siniestro, que vuelve para interpelarlos.
• “Los que duermen en el polvo” (2017), de Horacio Convertini. Editorial Alfaguara. Una novela de “bichos” deshumanizados que no encarnan tanto al enemigo acérrimo de los vivos porque se parecen demasiado a ellos.
• “El desentierro de la angelita”, de Mariana Enriquez. Cuento. La historia de una niña que encuentra, enterrados en el patio trasero de su casa, los huesos de un bebé. Los restos resultan ser de una tía abuela suya, que “vuelve” en forma de fantasma y horror.
• “La sed” (2020), de Marina Yuszczuk. Editorial Blatt y Ríos. Aunque no es una novela específicamente de zombis, la autora se adentra en un género signado por lo gótico. Una novela en la que una vampira llega a las costas de Buenos Aires para ver cómo las aldeas se vuelven una ciudad cosmopolita.
• “Guía de Supervivencia Zombi” (2003), de Max Brooks. Uno de los clásicos más importantes del género, un manual práctico con consejos útiles para salir con vida en caso de una invasión zombi.
• “Cadáver exquisito” (2017) de Agustina Bazterrica. Penguin Random House. Aunque no es estrictamente una novela de zombis, está muy cerca del género. Una realidad post-apocalíptica en que, por efecto de un virus letal que ha contaminado a los animales (y que condujo a sacrificarlos masivamente), las personas pasan a consumir la carne de seres humanos criados bajo control estatal.
El zombi y su rol en los distintos géneros
A lo largo de los años, el monstruo horroroso y ajeno se fue volviendo familiar -como bien se puede identificar en las series “i-Zombie” y “In the flesh”- y ha ido perdiendo poco a poco su carácter siniestro para reconfigurarse como una admonición política, un revés negativo de una trama social. Incluso es posible pensar que el zombi, como proponen algunos académicos, remita de modo directa a la sensibilidad posmoderna.
Los autores coinciden en que estamos en un momento de la literatura argentina en que los escritores de terror, horror o distopía se enfrentan a un escenario signado por un “agotamiento” de los géneros. Ya no es posible hablar de cada uno por separado, de manera autónoma: es conveniente identificar y producir fusiones que permitan brindarle opciones superadoras al lector y mantenerlo cautivo.
Luciano Lamberti, escritor y autor de “Plan para una invasión zombie” y “La maestra rural”, entre otros textos de terror y horror, plantea: “En el caso específico del zombi, hay dos posibilidades de reconversión ante el agotamiento de los géneros puros. Una es el homenaje, una versión ‘seria’ que tiene que ver con beber de la baja cultura y transformarla en alta, o al menos intentar hacerlo. La otra es la parodia, que también ha dado grandes manifestaciones y obras literarias”.
En este sentido, el escritor agrega que todas las figuras protagónicas del terror (el zombi pero también el vampiro, el fantasma y el hombre lobo) juegan con las expectativas del espectador o del lector, que espera ver o leer “una de zombis” y todo lo que salga de ese preconcepto es una sorpresa y un hallazgo. Basta con pensar, por ejemplo, en su uso cómico, como sucede en la película “Zombieland”.
“Frente a otra clase de monstruos, que son individuales, el zombi es colectivo. Es la representación de una falta de consciencia colectiva que no tiene personalidad, no es un sujeto. Son un montón de sujetos bobos que corren detrás de los cerebros”Luciano Lamberti, escritor y autor de “Plan para una invasión zombie”
En la literatura argentina, desde comienzos del siglo XXI, algunas narraciones del género ciencia ficción y terror se han combinado para incluir la figura del zombi, objeto de un trabajo de hibridación genérica que reúne elementos del horror pulp, de las distopías y de las ficciones post-apocalípticas.
“Hay una hibridación de géneros. Una historia de ciencia ficción muchas veces tiene de columna vertebral a un policial, y sobre el caso a resolver se construye un mundo nuevo. El zombi, en este aspecto es un comodín que está ahí para resaltar y destacar lo que se necesite del relato”, explica Leonardo Oyola, autor de “Ultra Tumba”, una novela reciente que transcurre durante un motín en un pabellón de mujeres de una cárcel argentina y presenta a un ejército de zombis reanimadas por una reclusa evangelista.
Hernán Domínguez Nimo, autor de “Los muertos del Riachuelo” -en donde lo zombie se configura como herramienta para hablar de la historia reciente argentina como la corrupción de los 90, la dictadura y los vuelos de la muerte-, agrega que “el límite del zombi termina siendo la imaginación. De alguna manera se trata más bien de hibridaciones, porque aunque incluso en las comedias, el terror siempre lo subyace a todo. Los muertos del Riachuelo contiene varias historias: algunas más crudas, otras plenas de humor negro, y hasta diría algo de ternura”.
La literatura de terror ha conseguido, en los últimos años, hacer aportes sugerentes, innovadores e incluso provocadores. “Resulta estéticamente más productiva para nuestro tiempo cuantas menos concesiones tiene para tratar los horrores contemporáneos, sin proponer evasiones ni consuelos fáciles”, reflexiona Miguel Vedda, doctor en Letras de la UBA e investigador de Conicet.
¿El zombi humano? ¿El humano zombificado?
Este borroneo de los límites dentro de los géneros, que los vuelve difusos y mucho más flexibles, se puede identificar también en el vínculo que los escritores plantean en sus textos entre el zombi y el ser humano. ¿Es siempre el zombi un ser no pensante, parte y víctima de una masa, sin capacidad de raciocinio? ¿Cómo se construye su rol en los argumentos de las novelas y cómo se vincula con los personajes humanos en la literatura argentina?
“No siempre el zombi es el ser deshumanizado. Algunas narraciones locales como ‘Berazachussetts’, de Leandro Avalos Blacha, plantean un escenario postapocalíptico construido con retazos del conurbano bonaerense, la literatura pulp y el cine clase B en donde los zombis llevan la bandera del cambio y la revolución, y los monstruos son los humanos”, explica Gasparini.
En otros casos el juego es doble y circular: se produce la deshumanización o animalización del hombre y la mujer como rasgo central del zombi tradicional, para luego dar lugar a una figura menos convencional, donde el protagonista es el zombi más que el humano. Es decir, un camino de deshumanización y rehumanización, como sucede en la novela de Domínguez Nimo.
“Frente a otra clase de monstruos, que son individuales, el zombi es colectivo. Es la representación de una falta de consciencia colectiva que no tiene personalidad, no es un sujeto. Son un montón de sujetos bobos que corren detrás de los cerebros. Es la muerte que vuelve, la muerte que no muere. El zombi es un otro incomprensible”, arriesga Lamberti.
En una última instancia, un poco más arriesgada y también menos común, es posible identificar al zombi que regresa de la muerte, o dicho en otras palabras, el sujeto que vuelve a la vida “Pienso en el libro de Michel Nieva, ‘Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos’, donde se vuelve a la vida a Sarmiento. Ahí, ese vínculo con lo humano es muy potente dada la figura que se trae a la vida. Es decir, se intenta hacer volver al territorio de lo humano”, concluye Pisano.
La narrativa zombi argentina, como la literatura de masas en general, se alimenta así de temores, ansiedades y expectativas típicos del propio presente, con un doble desafío: la intención de explicarlo (quedará a cargo de cada lector la apreciación sobre este punto) y ofrecer vías de evasión (pareciera que en esto es un éxito rotundo).
La entrada Todo zombi es político: los muertos vivos agitan nuevos sentidos se publicó primero en Cultural Cava.