No gasta placa ni vistosa gabardina, sino una gigantesca L de prácticas cosida a la espalda. Metafórica, sí, pero al mismo tiempo tremendamente real. Brillante y escandalosa como un neón de Sunset Boulevard. Temible como una bicicleta infantil sin ruedines. ¡Peligro! ¡Detective novato suelto! Aspirante a criminólogo precario y con un buen surtido de escrúpulos al volante. Con todos ustedes, Jordi Viassolo, aprendiz de investigador en paro al que Eduard Palomares (Barcelona, 1980) presentó en sociedad en 2019 con ‘No cerramos en agosto’ y junto al que regresa al lugar del crimen para darle un nuevo revolcón a la novela negra ‘made in Barcelona’ con ‘Igual que ayer’ (Libros del Asteroide).
Un relevo generacional en el que el respeto por los clásicos convive con nuevas maneras de ver y vivir la ciudad. «Clasicismo y modernidad», resume Palomares. «Mi idea era tomar una estructura de novela negra clásica y llevarla a la Barcelona del siglo XX. Ya decía Manuel Vázquez Montalbán que el detective es el motor para moverse por toda la ciudad, ya que en otros tipos de novela quizá es más difícil justificar cómo pasas de un cóctel en la zona alta a la reunión de una asociación de vecinos del Raval», añade el también periodista.
Precisamente en un cóctel en el Observatorio Fabra, en lo alto de la montaña del Tibidabo, arranca una novela que, a toda velocidad, va arañando capas de actualidad para dejar al descubierto heridas abiertas y fenómenos cíclicos. «A la hora de hablar de Barcelona hay toda una serie de problemas recurrentes y estancados que no entiendes como puede ser que se reproduzcan», asegura Palomares.
Problemas como el tráfico de drogas, la especulación inmobiliaria y las desigualdades sociales. Males endémicos que, señala el escritor, parecían cosas de otra época, de cuando el Raval era el Barrio Chino y Carvalho y Méndez aún patrullaban la ciudad, pero que nunca han llegado a desaparecer del todo. Ahí está, por ejemplo, el repunte del consumo de heroína, los narcopisos y las jeringuillas otra vez por la calle. «¿Cómo puede ser que todo esto aflore otra vez en una ciudad que supuestamente ha evolucionado?», se pregunta Palomares. De ahí que en ‘Igual que ayer’, el escritor barcelonés enrede a su joven detective en una trama salpicada de mafias, desahucios, redes de narcopisos y vecinos atemorizados. También de enigmáticos encargos tras los que se intuye un futuro prometedor y de rápidos vistazos a la Barcelona de los setenta.
Y todo mientras Viassolo hace auténticos malabarismos para llegar a final de mes y se embarca en la odisea de buscar piso en una ciudad atenazada por la especulación y la gentrificación. «Los barceloneses queremos mucho la ciudad pero también vemos cómo se nos escapa de las manos. Más allá de cuestiones políticas o de quién esté en la alcaldía, sufrimos una presión muy bestia», señala un autor que, asegura, se siente la mar de cómodo en la «novela negra de proximidad». «Mientras investiga, Viassolo tiene una vida, y la suya es una mirada joven e ingenua de alguien que sufre en sus carnes lo que es vivir en Barcelona con 25 años», ilustra.
De ahí que, por más que su personaje suspire por convertirse en una versión mediterránea de Sam Spade o Philip Marlowe, Palomares haga todo lo posible por bajarle los humos. «Si hacía un detective duro y violento, muy de bajos fondos, poco podía aportar, la verdad. No soy especialista. Así que lo que yo puedo aportar son otras cosas como la inseguridad del personaje y la precariedad», relata.
También, para que no se diga, un entrañable despiste que consigue disimular gracias a los secundarios que lo rodean. «Siempre llega tarde a los sitios y no se entera de la película», bromea.
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