Alberto Cortez debe haber sido el primer cantautor que en España se atrevió a ponerle música a poemas de Machado en una España que todavía se debatía entre remembranzas franquistas. No tuvo el éxito esperado. Sin embargo esas canciones rescatadas tiempo después por la propuesta del Nano Serrat, se hicieron inmortales en todo el mundo.
Tuve el enorme privilegio de ser su amigo, de acompañarlo durante su accidente de salud aquí en Buenos Aires y de presenciar su primer concierto luego de su recuperación. A pesar de su estatura y el corpachón que disponía era tímido como muchos de nosotros. Por eso lo apodábamos “Matungo”.
Se ponía nervioso a la hora de enfrentar al público. Me quedó grabada su enorme sonrisa en aquél escenario del Coliseo Rumiñahui en Quito, cuando pasando de una mano a la otra el micrófono me miró con picardía para confirmarme (yo lo alentaba desde el costado del escenario), que todo estaba bien. Compartimos lo que solemos compartir los artistas, distinciones, escenarios, tardías cenas, asados capitalinos, pampeanos y madrileños, según donde nos llevara nuestro destino trashumante.
Algunos cumpleaños y otras cuestiones inmensamente humanas. Hoy siento que sus canciones, al igual que su solidaridad en épocas de exilio, no se van a ir jamás de este corazón que tiene un hueco. Tal como su genio poético dijo alguna vez sobre las pérdidas. Eso dejó el querido amigo, un espacio vacío difícil de llenar. Aunque cada vez que paso por Rancul la distancia se achica un poco y su ternura me acompaña por varios kilómetros.
Víctor Heredia
